La educación popular en la trinchera

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El proyecto de arte y literatura para jóvenes La Grieta reúne a 40 becarios en dos talleres de serigrafía y escritura donde la educación se combina con la estimulación de la capacidad creativa y el acompañamiento emocional, escolar y familiar. Las docentes del espacio contaron a La Pulseada cómo pudieron mantener el proyecto durante la pandemia, qué enseñanzas les dejó el trabajo durante el confinamiento y cuáles son los desafíos para lo que viene.

Por Abril Lugo

“Hay otro dentro de mí, dentro de todos nosotros en realidad…”.

El primer piso del galpón de la Asociación Civil La Grieta, en 18 y 71, reúne una tarde de miércoles de 2019 a los jóvenes que participan del proyecto arte y literatura, un medio que busca la promoción y la protección de los derechos de la niñez y la adolescencia que funciona desde hace unos 11 años. Todos escuchan la voz de la autora del texto, que sigue.

“Ese ‘otro’, como me gusta llamarle, es más bien como un opuesto…”

El encuentro entre los jóvenes del taller de serigrafía Animal Impreso y de escritura Amantes de la Serpentina tiene un fin sencillo: publicar tres libros ilustrados con la experiencia de todo un año de trabajo, tal como lo hacen desde 2016.  Sin embargo, ninguno de los casi 40 jóvenes talleristas, ni sus coordinadoras Débora Elescano, Paula Giorgi y Gabriela Pesclevi, saben que será de las últimas reuniones de lectura e ilustración que tendrán.

Uno de los últimos talleres de Animal Impreso, antes de la pandemia, a fines de 2019

“Ahora todo es diferente”

Por el coronavirus, Débora y Paula, docentes de Animal Impreso, y Gabriela, la coordinadora de Amantes de la Serpentina, no llegaron a abrir el ciclo 2020 de clases antes de que el gobierno nacional anunciara por cadena nacional el aislamiento social, preventivo y obligatorio (ASPO) que redujo toda actividad educativa a lo virtual. La experiencia de los talleres, entonces, cambió radicalmente.

—El joven que viene al taller encuentra en ese momento, una autonomía, un espacio propio —cuenta Gabriela sobre las clases antes de la pandemia. —Es algo que muchas veces no tienen en las casas, y entonces poníamos el énfasis en la construcción de un espacio propio para el joven.

¿Cómo sostener eso para los chicos durante la pandemia? Para eso contaban con algunas herramientas como el grupo de WhatsApp que usaban para mantener contacto durante los veranos. De todas maneras perdieron durante todo el año ese espacio de abrazos, bullicio, amontonamiento, que significaba para los chicos y las docentes un lugar propio.

Durante el aislamiento, recibieron por mensajes o audios los relatos de los jóvenes que estaban más lejos. Algunos hablaban de problemas de salud que había que atender velozmente y otros de violencia de género

Pero surgió un nuevo problema. Algunos de los becarios tocaban la puerta de Gabriela, que vive cerca, porque faltaba la comida en sus casas. Muchas de sus familias, por el confinamiento, no podían costear los alimentos para pasar la cuarentena. Las tres docentes resolvieron destinar el dinero que el gobierno provincial enviaba para las meriendas en los talleres a llevarles lo que pudieran.

Gabriela Pesclevi con una de las talleristas

—Pensábamos cuántas comidas armarles, por ahí seis, ocho por semana —relata Gabriela a La Pulseada, quien puso el auto para acercase a las 14 familias que lo necesitaban. —Hicimos un cálculo aproximado para cada situación familiar y nos encontrábamos con cosas que excedían a los chicos que venía al taller.

Con las puertas de los talleres cerrados, Gabriela demoró hasta después de las vacaciones de julio para iniciar las clases de escritura por Zoom, y propuso un concurso para que los chicos escribieran. Participaron 29 jóvenes de todo el barrio cercano a La Grieta. También acercaron libros de la biblioteca popular La Chicharra a quien quisiera leerlos.

Paula y Débora recibieron por mensajes o audios los relatos de los jóvenes que estaban más lejos. Algunos hablaban de problemas de salud que había que atender velozmente y otros de violencia de género. “Toda la cuarentena acompañamos a los chicos con estas situaciones”, cuenta Débora. También hubo jóvenes con los que directamente perdieron contacto, por la falta de internet o dispositivos. La cuarentena las obligaba a debatir sobre cómo dar las clases en la virtualidad.

—¿Mantenemos una clase abierta, contando con sumarles una actividad más a los que van a la escuela? —se preguntaba Paula.

—En general hablan de que están cansados de tener clases y, a la vez, los chicos que ya están más grandes quieren aprender mejor el oficio —contestaba Débora.

La decisión fue sostener las clases de serigrafía por Zoom, más teóricas, cada miércoles desde mayo, para los más grandes. “Destinamos el esfuerzo en apoyar el proceso en el que estaban, porque con la pandemia notaron que ya podían armar su propio taller, que tenían años en el oficio”, describe Paula.

El Zoom fue una herramienta para sostener las clases de serigrafía

Así que sin dejar de atender los mensajes que llegaban por WhatsApp por urgencias, cada semana Débora y Paula diagramaron las clases destinadas a los mayores, quienes aprovecharon el aislamiento para desarrollar la técnica para sus emprendimientos. “A la vez, la mayoría de los más chiquitos que vienen a Animal Impreso son hermanos de los más grandes, por lo que notábamos que era un modo indirecto de acompañarlos”, reflexiona Débora, y cuenta que “si los hermanos mayores lograban una salida económica eso podía beneficiar a toda la familia”.

De esa manera dejaron atrás aquella tarde de 2019 en que una de las integrantes de Amantes de la Serpentina leía en voz alta sus textos para que los serigrafistas se inspiraran en la ilustración:

—Ahora todo es diferente, lejano, gris, duro, triste, tal vez la flor tarde años en crecer. Tal vez no lo haga otra vez.

“Una manera de resistir”

En los libros publicados bajo la serie Camaleón de la Biblioteca Popular La Chicharra, Preguntas e Infinito, Espejo Roto y La Nueva Flor, el proyecto de “Arte y Literatura” se presenta a sus lectores como “una manera de resistir ciertas orfandades, ciertos vacíos, aislamientos, hacernos en la mezcolanza, propiciar el oficio de la escritura, la ilustración y la serigrafía”.

Tras un año de pandemia y protocolos sanitarios, Paula y Débora pudieron reabrir el taller de serigrafía todos los miércoles. En el centro del aula hay tres mesas alargadas y blancas, dispuestas en “u”, y muchos estantes y armarios contra las paredes con tintas, papeles y algunas herramientas.  Es el tercer miércoles de marzo. La tarde es fría y ventosa y ambas docentes toman mate, cada una con su equipo, como las acostumbró la pandemia, a unos cuántos metros del único joven que fue a la clase para diagramar sus dibujos.

Por el momento, el regreso de los chicos al taller de serigrafía solo puede ser de a unos pocos, para respetar el distanciamiento. “No más de dos cada semana”, menciona Débora, con su tapabocas colocado y el alcohol en gel a mano. Así que el enorme espacio donde antes cabían 18 o 20, o los que visitaran cada miércoles a las seis de la tarde el taller, se transformó en un lugar un poco más íntimo, más silencioso.

—Los chicos que vienen al taller son de los que necesitan de todo, así que estamos como en una guardia permanente de lo que les pasa, pero entienden muy bien lo que sucede ahora y que no pueden venir todos —aclara Paula sobre el proceso que iniciaron con Animal Impreso este año.

Es que con los más grandes en sus propios caminos, como los que trabajan en la Cooperativa Estrella Azul de Tolosa o los que presentaron un proyecto para iniciar un taller de serigrafía en Villa Elvira, las coordinadoras de Animal Impreso decidieron centrar las clases de 2021 en los más chicos. Iniciaron así el taller con dos o tres jóvenes que, por la falta de internet y celulares, no se habían comunicado con ellas durante 2020.

Aunque la educación es pública y se desarrollaron muchas estrategias, hay un montón de chicos que no podrían haber sostenido el vínculo si no hubiera sido por las estrategias docentes

Mientras tanto Gabriela planifica el regreso de Los Amantes de la Serpentina al aire libre, tal vez para abril y cada 15 días. “Como una prueba piloto”, remarca. Por ahora, aunque todo proceso educativo seguirá sujeto a los avatares de la pandemia, para la docente hubo cosas positivas:

—La pandemia provocó un viraje muy importante en nuestra forma de intervención —reflexiona la coordinadora de Amantes de la Serpentina. —Pudimos conocer a las madres de otro modo, y eso me parece que fue una fortaleza de la pandemia, porque logramos un contacto, un vínculo de amor, de cuidado, de entendimiento.

Los amantes de la serpentina, antes de la pandemia

La tarde fría de marzo avanza. El chico, al otro lado de la mesa, ordena los papeles en los que dibujaba, para irse. Débora y Paula se quedan un rato más, juntando hojas, lápices y repasando las mesas con alcohol en gel. A modo de balance, Débora evalúa que pasaron de ser un espacio artístico y educativo a asistir la “emergencia alimentaria”:

—Además de las estrategias educativas, tuvimos que idear nuevas formas para poder saber cómo están, en qué se los puede acompañar. La brecha es tan pero tan inmensa en relación a lo digital que este contexto puso en evidencia que, aunque la educación es pública y se desarrollaron muchas estrategias, hay un montón de chicos que no podrían haber sostenido el vínculo si no hubiera sido por las estrategias docentes de estar más allá de mandar un trabajo práctico o una clase de Zoom//LP

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