La aguja en el pajar

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136-BusquedaRuthJoaquín y Ruth desaparecieron un día y movilizaron a una gran cantidad de gente. En paralelo los investigadores supieron que la partida había sido voluntaria y trabajaron a contrapelo de la reacción popular para evitar que se alejen cada vez más. El delicado equilibrio entre la desesperación y la planificación.

 Por Gabriela Vidal

Uno y otro se fueron de sus hogares y desaparecieron sin dejar rastros. Sus familiares y amigos iniciaron una búsqueda que rápidamente se extendió al resto de la sociedad. Hubo marchas, investigaciones y desesperación. Sus fotos saturaron las pantallas de TV y los monitores de las computadoras. La voz de sus seres queridos fue replicada una y otra vez. Pero así como se esfumaron, Joaquín Silva –en enero– y Rut Ávila Zambrana –en agosto–, un día reaparecieron sanos y salvos. De pronto, lo que antes fue solidaridad se convirtió en juzgamiento impiadoso, en condena implacable. En incapacidad empática. En imposibilidad de comprender lo que ellos pudieron haber sufrido.

En sentido inverso, esa organización espontánea que movilizó multitudes e instaló la preocupación en la sociedad, también quedó bajo observación. Por un lado por esa contrarreacción que terminó apuntando a las propias víctimas, pero también por sus efectos en la búsqueda. Los investigadores consideran que muchas veces alejan más a la persona perdida. “Con cada marcha sentí que Joaquín se alejaba un kilómetro”, confió a La Pulseada Fernando Cartasegna, el fiscal que llevó adelante el caso de Silva.

Pero por otra parte las movilizaciones aparecen como un contrapeso al olvido ante la posibilidad latente de que la ausencia sea forzosa, como ha ocurrido con otros casos que terminaron mal. Quienes intentan averiguar los paraderos no desalientan las manifestaciones, pero asumen que muchas veces constituyen una presión extra a la que no pueden dar respuesta sin poner en riesgo el trabajo de semanas.

Ambos casos pusieron en el tapete la discusión sobre este delicado equilibrio entre la desesperación de quienes temen que a sus seres queridos les pase lo peor, y los que planifican la búsqueda de acuerdo a pautas preestablecidas en protocolos. La puja, que muchas veces puede expresarse violentamente, es aún más compleja porque quienes investigan no pueden dar toda la información que poseen, incluso aunque sea tranquilizadora.

Joaquín, maestro y artista plástico, estuvo desaparecido dos semanas y fue encontrado en San Nicolás. Por alguna razón había tomado solo la decisión de partir. Se alejó de La Plata y fue hallado después de intensas horas de trabajo de investigación, deambulando sin rumbo. No hubo, como al principio se temió, ni secuestro, ni robo con mal final.

Un mes después de su desaparición, Rut volvió al cajero automático al que solía ir a retirar dinero. Fue un alivio para todos que su ausencia no tuviera nada que ver con alguna de las hipótesis que se manejaban en las movilizaciones. Había tomado por sí sola la decisión de irse. No había sido secuestrada, ni pasado a formar parte de ninguna red de trata o explotación. Tampoco apareció muerta como días más tarde ocurrió en Berisso con Evelyn Herrera, otra joven de 17 años que estuvo 14 días desaparecida.

Las críticas hacia ambos arreciaron. Muchas apuntaron a los recursos que se distrajeron en su búsqueda y redujeron las objeciones a un supuesto capricho individual de ausentarse. Pocos tuvieron en cuenta que cada quien vive y sufre sus circunstancias de modo propio, intransferible, inédito e irrepetible.

Modos y protocolos

La denuncia por la desaparición de cualquier persona llega, una vez realizada, a la fiscalía que está de turno, la cual empieza a trabajar bajo una carátula de “averiguación de paradero”. Ese funcionario es el encargado de aplicar los dos protocolos que existen, uno de la Policía Federal y otro de la bonaerense, pero puede sumar otras pericias.

Así lo explica Cartasegna, quien enumera una serie de acciones que están fuera de esos criterios de acción preestablecidos. La principal es visitar la casa de la persona desparecida e intentar localizar allí algún rastro. Pero también lo es pedir más fotos y escritos de su puño y letra por si en algún momento fuera necesario hacer un cotejo.

O descartar la posibilidad de un final trágico en la propia vivienda, con medidas como un análisis de los suelos del lugar. “Nunca se sabe cómo pudo haber terminado la situación. Puede ser que la persona haya sido tirada a un pozo o enterrada”, dice, y aclara que algunas son acciones que los familiares o amistades desconocen que se realizan.

Con esos primeros datos, la investigación arranca con “pasos hacia atrás”, reconstruyendo los últimos momentos previos a la desaparición para comprobar si allí hay algún dato que permita inferir lo ocurrido. El primer objetivo es discernir si se trató de una desaparición forzosa o si hubo algún disparador para una ausencia voluntaria.

“Analizar los factores social, psicológico, educativo, cultural, económico y sentimental es primordial”, dice el fiscal que encabezó la búsqueda de Joaquín Silva.

Explica lo que denomina es el contexto educativo, especialmente en los casos de adolescentes o niños: “La época de los boletines y de los exámenes es la época de las averiguaciones de paradero”, grafica. Y tiene en cuenta si en los días previos a la desaparición la persona fue a rendir algún examen, cuántas materias no aprobó, o con quién discutió.

El factor sentimental es especialmente atendido en el caso de las chicas que desaparecen. “Suelen irse con un hombre más grande”, explica Cartasegna. Entonces sostiene que es necesario determinar –por ejemplo– si sus padres consentían o no la relación. “En síntesis, hay que reconstruir toda la vida familiar, toda la vida de la chica con los amigos y tener mucho cuidado”.

Los infieles

Según describe el fiscal, protagonista en la búsqueda de varias desapariciones que resultaron voluntarias, existen en ese tipo de casos sujetos a los que denomina “infieles”. Se refiere a gente, generalmente allegada al ausente, que conoce dónde está y le informa sobre los pasos de la investigación. Son “los fusibles” y explican la reticencia de los investigadores a brindar toda la información a los familiares cuando ya están al tanto de que se trata de una huida por propia cuenta.

Esos roles suelen ser identificados porque aparecen muchas veces preocupados exageradamente por los datos, sin aportar ellos nunca ninguno. “Les gusta figurar, protestan, gritan, pero no suman nada respecto a los pasos previos del desaparecido”, grafica.

De todos modos, ante una ausencia, es obligación de los investigadores pensar en que se trata de una situación violenta o forzada. “Prefiero ir a un escenario más complicado primero. Por eso verificamos todas las relaciones que ha tenido, las que puedan haber sido violentas o distintas, revisamos computadoras y teléfonos, examinamos la vida de la víctima para encontrar indicios”, explica el fiscal.

Si en ese camino aparecen los indicios de una ausencia voluntaria no es considerado recomendable dar esa información a los allegados.

Las tensiones

Es complejo –según plantea Cartasegna– cuando hay marchas y manifestaciones. “Aunque tengamos datos de que no hay un delito detrás de la desaparición nosotros no podemos darlos. Así que nos queda tranquilizar a los allegados y familiares pero sin esa verdad”, explica.

Eso ocurrió tanto con Rut como con Joaquín. En el caso del joven docente, que es en el que intervino el fiscal, contaba con elementos precisos de situaciones previas que pudieron motivar su decisión de alejarse de la ciudad. “Sin embargo, no podía revelarlos, y cada marcha que se hacía yo me imaginaba que era un kilómetro que Joaquín se alejaba, porque es un elemento que a él podía enterarlo de la búsqueda”.

El caso de Rut fue distinto, porque ella estaba escondida en La Plata ya que tenía dinero por cobrar. La fiscal Betina Lacki conocía que tenía limitaciones para viajar, y que seguramente tenía temor de concurrir a lugares transitados como la Terminal de Ómnibus o la Estación de Trenes, porque su foto estaba en todos lados.

“Hubo que tener paciencia y esperar a que fuera al cajero a retirar dinero”, recordó Cartasegna. Una vez más explicó que no se podía dar la información de esa espera a los seres queridos de la chica. “Ellos hacían marchas, porque están en todo su derecho, pero después muchos reaccionaron mal cuando apareció”.

En los vaivenes de la búsqueda y mientras la pesquisa se lleva adelante, algunas de las personas que encabezan las manifestaciones son agresivas. “Muchas veces nos insultan o nos pintan los autos”, dice.

Cartasegna profundiza sobre los fundamentos de no dar a conocer todos los elementos que surgen de la investigación: “Si vos sos familiar del desaparecido y yo te cuento que está bien, que está todo perfecto, cuando te llama vos le decís ‘yo se que estás bien’, te corta y desaparece más tiempo o se va a otro lado y hay que empezar de nuevo.  Porque  con tu desesperación, sin querer le das toda la data”.

En el caso de Joaquín Silva, Cartasegna tenía una idea aproximada de la zona en que se encontraba. “Designé una comisión especial y tuve preparado un helicóptero de Gobernación para ir a buscarlo. El caso es que teníamos miedo que le pasara algo. Sabíamos que ya no tenía comida, ni dinero. Imagínense que cuando lo encontramos había adelgazado 20 kilos”, recuerda.

Los protocolos se mejoran con la experiencia. Y en ese sentido, el caso de Joaquín sirvió para incorporar al gabinete de rescate y definir el acompañamiento de profesionales que trabajan con delitos conexos. “Todos aquellos que mientras estaba desaparecido se habían comprometido a darle trabajo fueron convocados luego para que honraran ese compromiso”, dice el fiscal.

 

Una página en Facebook

Texto. La experiencia producida con la desaparición de Joaquín Silva sirvió para generar un proyecto que aunque aún no pudo concretarse aparece como una de las metas de los investigadores. Se trata de una página en la red social Facebook denominada “Buscamos a….” que se active cuando una persona desaparece y se desactive cuando el caso se resuelva.

El fiscal Fernando Cartasegna, ideólogo de la iniciativa, piensa que con esa herramienta se conseguirán elementos que pueden resolver los casos. “En el caso de Silva, revisábamos su perfil de Facebook y notábamos que escribía gente que sabía que se había ido voluntariamente y por donde podía estar”, recuerda para graficar lo que explica.

Contar con una página exclusiva para usar durante las búsquedas agilizaría la concentración de la información que circula sobre la persona. Esa página se crearía a las 24 horas de la denuncia, y estaría vinculada a un medio oficial, que operaría como alerta. “Cada vez que alguien use el nombre de la persona buscada, ese texto sería redirigido para que nosotros lo veamos y evaluemos”.

La llave para resolver la dificultad está en la propia red social, que debe autorizar y facilitar la creación de esa la página, explica el fiscal.

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