Imágenes de gritos pegados en la pared

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Así, como “gritos pegados a la pared”, definió alguna vez el colombiano Armando Silva a los graffitis. Esas “inscripciones ilegales en el espacio urbano” registran  una larga historia entre nosotros. Y seguramente  continuarán con vida mientras subsistan quienes no dispongan de medios o no encuentren canales mejores para comunicarse. La reciente exposición de la fotógrafa Cristina Pauli permitió una rápida recorrida por la ciudad para saber qué es lo que hoy están vociferando sus muros.

Las pintadas políticas reconocen en la Argentina remotos antecedentes. Entre ellos aquella frase que, según la mitología de Billiken, Sarmiento escribió en francés -el idioma de la civilización– mientras marchaba al exilio en Chile: “¡Bárbaros! Las ideas no se matan”. Transcurrido más de un siglo los muros del país se poblaron de mensajes clandestinos al carbón o a la tiza que alentaban la vuelta de algún líder proscripto. Después llegó el aerosol y enseguida la influencia de aquellos célebres graffitis del mayo francés: “La imaginación al poder”, “Prohibido prohibir”, “Debajo de los adoquines está la playa”. A la salida de la más sangrienta dictadura, que en su saña llegó a castigar las pintadas hasta con la muerte, arribaron las inscripciones esperanzadas pero fugaces de la primavera democrática. Avanzados los ochenta, brigadas de graffiteros como Los Vergara (los mismos hermanos Korol que hoy fungen de payasos del circo televisivo) supieron dar muestras de un ingenio desencantado y cínico: “Si Evita viviera… Isabel sería soltera”. Durante los noventa, del mismo modo que se privatizaban las empresas públicas, el ámbito privado también se adueñaba de las inscripciones que antes habían constituido una expresión colectiva: así fue como se hizo frecuente valerse de paredes o pasacalles para declarar un amor o festejar un cumpleaños. Los gritos de guerra entre hinchadas futboleras o las proclamas de los seguidores de las bandas rockeras también se ganaron a codazos un lugar en el frente de los edificios. Lo que alguna vez fue barra de la esquina devino tribu urbana que gusta dejar marcas identificatorias en tatuajes impresos en el propio cuerpo o en la piel de la ciudad. Y así como hoy también existen por estas geografías rapperos o skaters, del norte nos llegó asimismo un día la estética furiosa de los coloridos graffitis “hip hop”.

Como sea, pasearse hoy por el centro y los barrios de La Plata permite comprobar que, incluso por medio de sus pintadas, esta es otra de las ciudades que rinden tributo a esa pervivencia y mezcla de todos los géneros y estilos posibles que caracteriza a la posmodernidad.  Así lo evidencia la muestra que, bajo el título de “Ver para pensar”, Cristina Pauli presentó el pasado mes de junio en el MUGAFO (Museo y Galería Fotográfica), ubicado dentro del Centro Cultural Islas Malvinas.  El relevamiento fotográfico de los graffitis y murales platenses realizado por esta amiga y habitual colaboradora de La Pulseada incluye sarcásticas réplicas al adversario político (“Bruera es angosto”, “Pino, soy pobre, ¿puedo votar?”), reivindicaciones de género, proclamas a favor de la diversidad sexual (“No a la heterosexualidad obligatoria”), irónicas consignas de política cultural (“No lea: mire Tinelli”), parodias de las campañas oficiales de prevención (“No te prendas al mundo de la droga… que hay poca y somos muchos”) y hasta alguna muestra de intolerancia xenófoba (“Hay que fumigar cumbieros”). En suma, una valiosa recopilación de imágenes que es imprescindible “ver” para volver a “pensar” en lo que hoy son las luchas, los amores, los odios, los deseos, los gustos, los juicios y los prejuicios que los habitantes de la capital bonaerense siguen gritando a través de sus paredes.

Carlos Gassmann

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