Guerreras

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126-GuerrerasLas Legüereale son 16 mujeres poniéndole el cuerpo al bombo legüero. Percusión, baile, canto. Chacarera, guaracha, vidala, candombe y todo lo que tenga raíz afro. La Pulseada se metió en un ensayo y se fue llena de energía, fibra y esplendor.

 Por Ana Laura Esperança

Legüereale comenzó con la intención de ser un taller mixto de bombos legüeros pero se convirtió en un ensamble femenino que tiene la fuerza arrolladora de una catarata. Una potencia avanzando desde el centro de la Tierra. Estamos en uno de los ensayos y todo sale perfecto. “Es porque hoy no faltó ninguna”, aventura su directora, Yanil Abu-aiach, con los ojos bien abiertos, desnudando la razón detrás de la poderosa performance que acaban de sesionar en este martes de calor.

Yanil es bailarina y profesora de danzas folclóricas y conforma, junto a dos de sus compañeras de Legüereale, Antonela Maggi y Camila Lamaro, el colectivo de danza Folclore Latente, que se inscribe en una concepción de ruptura respecto de su vertiente más tradicional; un ala del folclore nacida en Santiago del Estero alejada de los pañuelos y las polleras: acá las mujeres usan pantalón, bailan con fibra y desparraman su esplendor en una forma de la danza que privilegia la proyección y la apertura.

El ensayo de lo que realizarán en los próximos “fiestones peñeros” de Legüereale comienza así: en un semicírculo los bombos cuelgan del talí o correa de cada tocadora. Silencio, luz tenue, en el centro se ubica Yanil con set de bombo, cencerro, llaves, tamboril, triángulo y pezuñas. Da señal de entrada pero surgen dudas que ajustar: “Tratemos de rever lo que falte pasándolo entero en la práctica en vez de intentar imaginarlo”, propone. Y todas, conectadas en el aquí y ahora del ensayo, dan nota de que Legüereale es un ensamble de bombos y otras hierbas (chacarera, guaracha, vidala, candombe, algo de funk, todo lo que tenga raíz afro), pero también un espacio donde se conjuga entrega y talento y se potencian individualidades para sumar al grupo. Quizás esté ahí la clave del magnetismo que tiene el espectáculo.

“Para nosotras es un lugar de encuentro muy importante”, dirá una de ellas más tarde, en un momento de relax, mientras comparten una cerveza fresca con la piel todavía enrojecida por el despliegue generado.

La conexión

El ensayo, ahora de corrido, comienza así: luz baja, semicírculo de bombos legüeros. Una de las tocadoras revuelve por el aire una manguera transparente, como quien revolea boleadoras, y produce un sonido lejano y aéreo, como el de una ballena en medio del océano, o el del canto de una sirena oído desde un acantilado. Enseguida comienzan los primeros golpes sobre los parches, sonidos a tierra intercalados con campanita de llaves, una voz entonando una vidala, otras voces que responden a su canto. Todo parece comprendido dentro un acordeón con el fuelle cerrado que sujeta en su interior una energía en ascenso hasta que el “timing” cambia de piel, el fuelle se expande y los bombos se prenden fuego. Cuando la intensidad del ritmo sube al cénit, una sonrisa se dibuja en cada cara y dan ganas de calzarse el bombo y pertenecer.

“Tiene que ver con la personalidad del grupo —responde Mercedes, parte del set de bombos, cuando se pregunta por esa fuerza invisible que trasmiten—. Si bien somos muchas, hay mucha paciencia, cariño y unión”, agrega. Y Leticia, que se ocupa de la parte de gestión pública —todas remarcan lo importante de su función para llevar adelante las actividades del grupo— dice que tienen una comunicación fluida donde todo se charla y se pone en común.

—¿Cómo describirían la esencia de Legüereale?

Mercedes: Es una gran familia. Todas tenemos nuestras vidas afuera del grupo, nos dedicamos a distintas cosas, pero la conexión que se da acá es muy copada. Lo pasamos muy bien.

La Negra: Hay una contención zarpada por parte del grupo. La invitación es abrir ese espacio por parte de cada una.

Yanil: Y ese mismo espacio se transforma en música. Hoy el ensayo salió muy bien y eso es genial. A veces no es así, y se comprende y se acepta. Forma parte de un crecimiento que después está presente en lo que hacemos. Para mí este grupo es muchas cosas, pero también un espacio de crecimiento personal. Me siento mejor persona por formar parte de este grupo; lo personal no está escindido del arte: acá venimos a poner lo mejor, vivimos del arte y para el arte. Se aprende a compartir. No es esperar tener un producto comercial por excelencia, es aprender de un proceso, ésas son las ganas y el desafío.

Vanesa: También es importante la confianza depositada en cada una, en ser capaz de hacer las cosas dando lo mejor de sí. En otros lados se puede percibir más rivalidad, más ego. Acá prima el compañerismo y la confianza en el grupo.

Mercedes: Siempre es desde construir, ésa es la base de todas las discusiones.

Débora: También es un lugar que como grupo brinda la posibilidad de explorar todos los instrumentos de una manera acorde e integrada.

Yanil: Siempre partiendo desde el bombo, se fue aprovechando la idea de meter cajones y otros instrumentos. El bombo es el que nos lleva hacia otras expresiones musicales latinoamericanas, es el medio para hacer música de otros lugares.

Recorridos

Muchas de las integrantes del grupo salieron de gira sudamericana el año pasado. Arrancaron desde La Plata y llegaron —no todas, algunas debieron volver antes— hasta Santa Marta, en Colombia. En el camino recorrieron lugares como La Quiaca, La Paz, Copacabana, Cuzco, Lima y Máncora (Perú).

“Me acuerdo de cuando subíamos esas escaleras interminables en Bolivia con la mochila, el bombo, y otros trastos a cuestas”, cuenta Camila. Todas coinciden en que el viaje tuvo su parte de esfuerzo y sacrificio pero fue una experiencia alucinante, que volverían a repetir. Un viaje que salió de la nada, como una expresión de deseo medio alocada que de manera fluida se concretó sin que lo pensaran demasiado. Allá vivían de lo que juntaban actuando, a veces tenían que dividirse: algunas bailaban, otras cantaban o tocaban. En el mejor de los casos podían representar una performance similar a la que tienen hoy, que se extiende por 40 minutos y tiene momentos de calma, momentos de fuego absoluto y momentos de baile y canto tan líricos que parecen escenificar una poesía.

Son 40 minutos que pasan volando; no hay tiempo ni espacio para aburrirse o ponerse a pensar. Es un conjunto de mujeres guerreras celebrando la vida y su unión a la Tierra. “Cuando hay matices y hay silencios, baja la acción pero no la vibración”, asegura Yanil, y le creemos. “Están felices porque con el bombo conectan la energía del útero, el chacra raíz”, evalúa sobre el final la fotógrafa Verónica Sarrió, que capturó la pólvora del ensayo para ilustrar esta nota.

—¿Cómo fue el comienzo del grupo?

Yanil: Arrancamos con la idea de armar un taller de bombo legüero en el centro cultural y social Olga Vázquez. Finalmente lo hicimos en el Centro de Estudiantes de la Pampa y después en La Casa de la Trova. Se fue dando de una forma muy natural.

—¿Qué fuera un grupo femenino estaba pensado de antemano?

Yanil: No, no, para nada. De hecho cuando empezamos había un varón. La iniciativa no fue exclusiva para mujeres, después sí nos planteamos si entraban hombres o no. Eso se dio solo. Creo que la apuesta también pasa por la confianza en un montón de mujeres para tocar el bombo y que salga bien.

Mercedes: Ninguna de nosotras estaba vinculada a la percusión. El taller nos acercó a la percusión. En eso Yanil fue la mentora.

Yanil: La fuerza que fue adquiriendo también fue algo espontáneo. Ensayábamos y nos quedábamos manija, ¡queríamos seguir! La onda que se generaba en el grupo nos llevaba a eso y a partir de la primera fiesta que organizamos (en el bar Varsovia) se empezó a convertir en lo que es hoy.

La fuerza del género

Con los bombos sonando, la energía expansiva del baile y zapateo, la musicalidad y la fuerte estructura en percusión del grupo, se crea un clima muy particular, una fuerza aguerrida y femenina. Además, es un espacio donde tomar posición sobre determinadas cuestiones sociales. “Creo que no está por fuera del lugar que se da socialmente a la mujer. Hay una cuestión de género que termina apareciendo: tiene que ver con romper viejas estructuras, y como colectivo de arte, apoyar determinadas movidas políticas y sociales afines a nuestro modo de ver. Discutimos y nos inmiscuimos en temas como el aborto, por ejemplo”, declara Leticia.

El espectáculo continúa, tres de las chicas “performean” una parte llamada “fantasía de bombo y zapateo”, que consiste en juegos con aro y palo, danza y pies disparando sobre el suelo un ataque de zapateo sincronizado. En medio de eso llegará la vidala de la Negra, otra de las tocadoras, para imprimir un instante de calma. “Es la vidala Guerrera; la recibimos de Juan Saavedra, maestro y bailarín de Santiago del Estero, nuestro mentor”, aclara Yanil. También cantan la hermosa vidala “Alas de tu boca” de Paola Bernal.

Vuelve la estampida de bombos, una lluvia de sonidos anticipando cantos y bailes. El final se avecina. Y hasta acá llega la crónica. Habrá que ir a verlas cuando toquen en alguno de sus fiestones peñeros para armar la última pieza de esta oda guerrera bailada, cantada y tocada.

 

 Las Legüereale

Las guerreras son: Manuela, Mercedes, Jemina, Camila, Antonela, Leticia, Nadia, Agustina, Keiko, Rocío, Mely, Johanna, Macarena, Vanesa, Débora y Yanil.

Para contactarlas, en Facebook: Legüereale

 Los planes

Cuenta Yanil que buscan “seguir creciendo con esto, que nos devuelve un montón. Y volver a viajar”. Puntualmente, señala Antonela, “queremos ir a Cuba a llevar esto que hacemos, a dar talleres, aprender y todo lo que un viaje de esa magnitud implica. Pero estamos necesitando financiamiento para el viaje, sobre todo para los pasajes”. Les gustaría volver real esta inquietud para mayo próximo. “Queremos ir todas. Ahora se va Vanesa Buldain (una de las Legüereale) a dar clases, a trabajar, y de ahí también venía la idea de llegar hasta allá”.

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