Ese gaucho milagroso

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En Mercedes, Corrientes, cada verano recién estrenado miles de fieles conmemoran el aniversario de la muerte de Antonio Gil. Llegan para amucharse junto al santo popular unos minutos, bajo la lluvia o el sol, entre promesas, y todo se va volviendo rojo, devoción y chamamé.

Textos y fotos Jerónimo Rivero

Diluvia. Resuena con violencia el tinglado que protege la tumba y la cruz del Gauchito Gil, le llaman “el corralito” y es la meca de sus fieles. El repicar histérico de la lluvia en la chapa se entrelaza con el sonido del chamamé que llega desde afuera, de varios de los cientos de puestos de venta que rodean el lugar. Es ocho de enero en el kilómetro 102 de la ruta nacional 123, que atraviesa a lo ancho la provincia de Corrientes, y todo parece moverse a ritmo de esta música. Incluso el oficial Barrios, que cada vez que entra un grupo de fieles comienza a hacer sonar rítmicamente su silbato y a gritar “¡Saluden al Santo y salgan, por favor, que hay gente esperando afuera y está lloviendo! ¡Rápido, por favor, mas rápido!”. Y efectivamente, todo pasa rapidísimo. Hay gente por todos lados.

201503 - Foto Jerónimo R.

Cada tanto surge de entre el gentío una voz que grita: “¡Que viva el Gaucho!”.

“¡Vivaaa!” responde la multitud, y detrás del alambrado que nos separa del resto del predio de la Cruz Gil surgen voces y manos con cintas, con remeras: “¿Me la podés pasar por el Gaucho? ¡Por favor!”, suplican.

La imagen principal del Gauchito está sobre una gruesa cruz. Tiene un metro de alto, es de material y tiene la cabeza y los hombros pelados de pintura. Está rodeada de remeras, velas, cintas rojas, cigarros, más imágenes, botellas de vino, cartas y otros elementos imposibles de identificar en ese ir y venir multitudinario. En la entrada principal del corralito, otros dos policías con las manos extendidas controlan la entrada de los miles y miles de promeseros que esperan fuera, empapados y con el agua arriba de los tobillos. La cola es kilométrica.

201503 - Gauchito Gil - Foto de J. RiveroVan pasando por grupos y el oficial Barrios los va despachando para que puedan ingresar otros. Estos otros ya saben que es corto, quizás 4, 5 minutos, el tiempo que podrán permanecer allí junto al Gauchito, y por tanto este tiempo se vuelve precioso y el lugar se carga de una espiritualidad y de un sentir popular que parece desbordarlo todo.

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También a mí, que entre el tumulto busco imágenes de lo que sucede y tomo notas ilegibles en mi agenda, una masa de papel mojado. Por mi cabeza pasan fragmentos inconexos de Vida y muerte de Antonio Gil, un pequeñísimo libro destartalado que encontré milagrosamente un día antes de llegar en una biblioteca popular de Mercedes. La historia del héroe popular que reconstruye (en 1996) la señora Gómez Belzarena, oriunda de Mercedes, sobre la base de testimonios orales y fotografías, se me enreda ahora con el presente. También esas fotos del lugar cuando en los 50 era una veintena de banderas rojas enastadas en tacuaras rodeando una cruz de hierro forjado en medio de la nada me parecen ahora inverosímiles. De boca en boca se fue regando la noticia de que el Gauchito era realmente milagroso y que daba respuesta a los pedidos de la gente, y empezaron a llegar cada vez más promeseros a la Cruz Gil: primero del Chaco, después de Misiones, Formosa, Brasil, Paraguay. Hasta que a mediados de los 90 comenzó a hacerse fuerte el culto en el Gran Buenos Aires, y ahí todo empezó a tomar dimensiones desproporcionadas.

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Mientras tanto, en este aniversario N° 137 de la muerte del gauchito gil, dos muchachos van retirando en bolsas arpilleras la infinita cantidad de cosas que van dejando los fieles. A los lados de la imagen principal hay otras más grandes, en madera sin pintar y detrás paredes absolutamente repletas de placas de agradecimiento. Más atrás, en otros galpones del predio, están el museo y más puestos de venta con comida, otros altares con velas y chapas de patentes de autos colgando por todos lados. Todo pasado por agua.

Todavía más allá continúa la lluvia y a nadie parece ya importarle, con la ruta 123 invadida de vendedores y carpas y micros y más micros de gente llegada de todos los rincones del país para acompañar al Gaucho milagroso en otro aniversario de su muerte.

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