El otro fútbol: Deportivo Boliviano

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110-DeportivoBolivianoLa Pulseada se puso los cortos y un domingo se metió en la cancha más amateur de la región, donde sólo juegan hijos y nietos de la tierra del altiplano que residen en las afueras de La Plata. El trofeo es una comunidad reunida. Fútbol por fuera del negocio de clubes y jugadores que van y vienen besándose camisetas por dinero.

Por Gabriel “Colo” López

Al igual que en Villa Soldati, en la Ciudad de Buenos Aires, donde se juega un enorme torneo con la comunidad paraguaya, aquí le entra con ganas al balón una de las colectividades más laburantes y sufridas del planeta. Eso sí, tanto no corren, porque la cancha es de 8, con escasez absoluta de verde, pegada al predio del Centro Recreativo Infantil Rivadavia, cerca del ingreso a la autopista Buenos Aires-La Plata.

En ese lugar, que denominan “la cancha de 116”, en Tolosa, cada domingo a las 9 empieza el rito sagrado, que se extenderá hasta las 6 de la tarde. El clima festivo invita a quedarse a mirar y a hacer la primera pregunta: ¿cuántos juegan? “Este 2013 hay inscriptos 25 equipos. El promedio es de 32”, cuenta uno de los muchachos, luego de besar el pico a una botella de cerveza.

Haciendo cuentas, son 2.500 personas, entre público y futbolistas, que pasan a jugar su partidito de “media hora”. No hace falta DNI ni un carnet especial y hay ética entre hermanos: “Nos conocemos bastante; si vemos que uno que está en cancha fue incluido en forma indebida para nuestras reglas, por ejemplo si es paraguayo o peruano, se le dice al organizador”, explican.

Manda en la obra y en el equipo

El entrenador del Club Atlético Sucre, Weymar Lomar, del gremio de la construcción, nos recibe gustoso, sentado en el piso, donde formó un semicírculo para hablarles a sus jugadores mientras de reojo ven un partido.

“Es como un rescate, es una liberación”, suelta su voz, con emoción. Ya habían juntado los $200 que los habilitaban a presentarse: $100 para los árbitros y $100 para alquiler del campo. “En nuestro grupo, que somos 12, con 10 pesitos ya nos sobra…”, dice el especialista en colocar cerámicos, yesería en general y mampostería. “Salvo plomería y electricidad…”, distingue. La última gran obra en la que Weymar estuvo al frente fue precisamente un complejo deportivo, en la calle 61 entre 26 y 27, “Il Quattro”, propiedad de los ex futbolistas triperos Guillermo “Topo” Sanguinetti y Martín Pautasso. Y siguiendo con los números, señala: “En sólo cuatro meses lo terminamos; el césped lo trajeron de Holanda”.

Es muy distinta de la cancha en la que juegan los bolivianos, claro, que es extremadamente pelada, algo poceada y con pocos espacios adentro y también fuera, donde se va aglomerando la gente para verlos. La mayoría llega allí desde el barrio Futuro, desde 166 y 32; desde dos villas cercanas al Estadio Único, 19 y 527, y 25 y 514; desde Villa Montoro y desde la zona de San Carlos.

Algunos patean bien, otros patean hasta la pierna del contrario y también están los que se van con el hígado bien pateado por la comida frita y picante que venden a un costado.

No hay policías ni ambulancias. No hay tribuna; apenas el terrenito cuenta con una edificación de cemento donde están los baños de damas y caballeros.

“Soy hincha del Tigre de The Strongest —cuenta Weymar, y se toca el escudito del lado del corazón—. He jugado en Independiente Petrolero, a los 17 años, debutando en Primera contra Once Borjas —continúa, y sobre la marcha mete otro dato peculiar—: Integré la selección regional sub14, y gané un título en 2002 en Cochabamba”.

Esa tarde de sol en que los conocimos andaban vestidos de jugadores de fútbol pero de lunes a sábado son soldadores, aluministas, pintores, verduleros, carpinteros, albañiles. “Todos los días de semana laburamos y el domingo jugamos y conversamos”, agrega otro de los muchachos, Reynaldo Coanci, que no para de compararse con Cristiano Ronaldo. Y puesto a hablar seriamente asegura: “Un torneo como éste para nosotros es un logro, y que esté junta una comunidad ya es un trofeo”.

Todavía están en la etapa clasificatoria, la general. De los 25 equipos clasificarán los 16 primeros por tabla, organizando los octavos de final, que se jugarán con choques de ida y vuelta. Ya en cuartos es “al chau”, como le llaman, juegan una vez y el que gana pasará de ronda.

Bolivia en Tolosa

“En la Argentina me tratan bien, aunque hay de todo: buenos y malos. De nosotros también se ve lo mismo. En este país ya hice algo: tengo un techo”. Así bendice Lomar sus esfuerzos.

Desde de un micro estacionado sobre el lateral de los bancos de suplentes sale música muy alta que llega hasta el campo de juego. Está el puestito de venta de chicharrón y otras especialidades, como picante de pollo y saice, un plato típico que se elabora con carne picada en trocitos, tuco, papas, perejil y arroz.

“Vamos difundiendo y mostrándoles a los más jóvenes que se trata de un juego sano. Juntamos gente de muchos lugares en un centro que se llama el fútbol, que la juventud avance por ese motivo y no se desvíe en otras cosas”, se anima a poetizar el DT del Sucre. Y queda la sensación de que, más allá de quién gane, la pasan bien.

Este rincón de Tolosa es una pequeña Bolivia. Uno de los pocos momentos en que los cuerpos no se tensan en el sudor del ámbito laboral, aunque incluso el domingo terminan agotados, corriendo y “barriendo abajo” con pelota y todo.

Siempre luchándola, siempre soñando con un futuro mejor, siempre dispuestos a la hazaña (como en 1969, cuando nos dejaron fuera del Mundial del ’70) los bolivianos todavía no tuvieron un equipo como Deportivo Español, Deportivo Italiano o Deportivo Paraguayo, pero no se resignan: “Queremos que nuestros hijos tengan una plaza en el fútbol, pero los llevamos, por ejemplo a Gimnasia, los han visto y luego los dejan de lado”, opina quien el 14 de abril cumplió 30 años, aparenta unos cuántos más y reconoce que trabaja desde los 15.

Así es la vida del amigo Weymar. Todo cuesta, tanto como a Lionel Messi cuando jugó la última vez por Eliminatorias a 3.650 metros de altura. Qué buen empate que sacaron, hermano.

Sin fotos, dinero y lujos, festejan pequeñas cosas: comprar un juego de camisetas, verse las caras una vez a la semana y gritar un gol en la cancha de 116.

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