«Carlitos» era Cajade

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Así se titula el relato que escribió Adrián Dib Chagra y que a continuación compartimos con nuestros lectores. Nos enteramos de su existencia por una carta que nos envió este salteño de Orán, Licenciado en Administración y profesor universitario de marketing, pero por sobre todo, fanático del fútbol, al que ha estado ligado como técnico recibido, docente de otros entrenadores, periodista deportivo y relator radial. A través de La Pulseada, Adrián supo de la lucha y de la vida del querido cura. Y se inspiró en él para escribir uno de los cuentos que forman parte de su libro La mano del diablo (publicado este año por Gran Aldea Editores). Una narración conmovedora que logra unir la pasión pincha de Carlitos con el repaso de las ideas y acciones con las que peleó para construir un mundo más justo.

 

–Che, ¿el de arriba nos ayudará el domingo?

–No, yo creo que en cuestiones de fútbol no se mete ni aunque se lo pida el Papa.

–Es que si no lo hace, los bosteros van a arreglar el empate con los granates.

–No creo; si no lo arreglaron con los piratas es difícil que lo hagan ahora. Y menos con la presión que metió el periodismo después de la agachada del Lobo en la ciudad de La Plata.

–Bueno, si lo pensás mejor, el Flaco ya nos ayudó bastante: se los mandó al Bigotón para que los desordenara.

–Totalmente. Les pinchó el récord de triunfos seguidos, perdió con River con milonga incluida, quedó afuera de la Sudamericana en la primera llave que jugó… A las pocas horas de llegar, ya le había chocado la Ferrari al Coco.

–Y… es arquero, como dice el Diego.

–¡Ma’ qué arquero! Es un elefante en un bazar, y en un flor de pedo.

–Pero esta vez no van a dejar que se les escape: van a comprar el uno a uno.

–Entonces rezale a Carlitos, que era un hincha de fierro y nos bendecía la cancha antes de cada partido importante.

–A menos que estuviera enojado con el técnico…

–¿Te acordás de las veces que dio misa disfónico por gritar los goles del Pincha?

–¿Y cuando en medio de las marchas le entraba la desesperación por saber cómo habíamos salido?

–¡Qué contento estaba el día del centenario, cuando le dieron la misma medalla que a la Bruja y al Bocha! “Con esto ya estoy hecho”, les decía emocionado a los periodistas de Radio Provincia.

–¡Cierto! Pero se sintió “más hecho” cuando tuvo que describir el gol que los grones del Palmeiras hicieron mientras él estaba en el aire.

 

“Carlitos” era Cajade, el nene que perdió a su papá a los nueve años y comenzó a trabajar a los catorce. El joven que hizo propios los ideales de los históricos luchadores de la resistencia obrera. El militante que forjó su espíritu revolucionario reflejándose en los manifiestos de los obispos tercermundistas y de los estudiantes del Mayo Francés, en el coraje de los mártires del Cordobazo y en las reivindicaciones de cada revuelta que intentaba poner de pie al ser humano. El cura al que tres hermanitos desesperados le cambiaron el destino tras una misa de gallo. Aquel al que le preguntaron qué era la Navidad, porque ellos no la festejaban en el baldío en que crecían olvidados. Aquel que pensó en sacárselos de encima con unas monedas, pero sólo consiguió que entraran en su vida para siempre. Aquel que entró para siempre en la de ellos, dándoles el amor que nadie les daba: lo que más querían, lo que más necesitaban.

“Carlitos” era Cajade, el sacerdote rebelde, generoso y solidario. El creador del Hogar de la Madre Tres Veces Admirable, la panadería, la imprenta, la revista, la granja, los comedores, las casas de los niños, los kioscos. El de “La Pulseada” a pura tinta y papel contra los poderosos sin escrúpulos. El de la pulseada “de la vida contra la muerte”, “de la verdad contra la mentira”, “de la justicia contra la injusticia”, “de la alegría de la dignidad contra la amargura del sometimiento”, “de la esperanza de un país para todos contra la tristeza de que sea sólo para algunos”. El de las barricadas contra la pobreza, la marginación y el abandono. El de las Madres de Plaza de Mayo. El de los Chicos del Pueblo. El que hizo pública su indignación cuando un McDonald’s echó a sus nenes. El que incomodó a la Iglesia reaccionaria e inquisidora, a la que bendice las armas asesinas, a la que tolera la explotación de los desposeídos, a la que pregona a Cristo mientras imita a Herodes. El que se enfrentó a la política mercenaria. El que cuestionó a la economía inmoral. El que quiso terminar con las cárceles del espanto. El que no pudo ser callado con amenazas, con trampas, ni con fuego. El que admiraba con devoción a Paulo VI, a Ernesto Cardenal y al Che Guevara. El que leía a Marechal y a Osvaldo Bayer. El que escuchaba a Sabina. El que no precisaba citar a Jesús para practicarlo.

 

–Era un tipazo, Carlitos. Si hasta los bendijo a los triperos amargos de Villa Argüello cuando el Lobo se estaba yendo al descenso…

–Y bueno, era su barrio.

–Eran sus pibes. Él decía que quería que les fuera bien porque la mayoría de los chicos del Hogar eran de Gimnasia, y que no soportaba verlos sufrir. Le daba un poco de vergüenza reconocerlo, pero también se alegraba cuando ganaban los pechos fríos.

–Los cochinos lo envolvieron en un trapo azul y blanco apestoso. Y encima le sacaron fotos.

–Pero ni así pudieron borrarle su sonrisa buena.

–Hay que pedirle a él que nos ayude. Si después de aquella noche esos muertos no pararon de ganar, ¡cómo no nos va a ir bien a nosotros!

 

“Carlitos” era Cajade. El que pensaba que ser chico debía ser un privilegio. El que definía al hambre como un crimen. El que enseñaba que “El niño se hace salvaje en condiciones salvajes y humano en condiciones humanas”. El que proponía “no menos de diez caricias por día” para llenar a la niñez de su insumo básico: la ternura. El que le advertía a Dios pidiéndole por sus hijos enfermos: “Mirá que acá me hacés pomada a mí, porque más de una vez se nos murió un chico y nos costó meses levantarnos”. Aquel al que no le temblaba la voz al declarar: “Hay mártires como Angelelli, Mugica, los palotinos y gente que ha sufrido persecuciones terribles, como De Nevares, Novak y tantos otros sacerdotes y laicos, por tener una visión de la Iglesia que une lo humano y lo divino”. El que era capaz de declamar: “Yo no quiero, dentro de quinientos años, pedirle perdón a la humanidad como lo tuvimos que hacer con Galileo. No quiero pedirle disculpas por el sida, por la miseria, por la pobreza y por la muerte de niños producto del hambre y de guerras injustas. Yo quiero decirlo hoy”. “Carlitos” era aquel que se atrevía a denunciar: “Se ha pasado de una gestión social, paliativa o asistencial de la pobreza a una gestión punitiva, donde cada vez hay más presos y menos derechos. Sabemos que la mayoría de los delitos graves provienen de corporaciones mafiosas integradas por cuerpos de seguridad, políticos y barras bravas barriales. ¿O todavía seguimos pensando que esto se arregla a los tiros?”. Cajade era ese cura al que se le desencajaba el rostro, se le enrojecían los ojos y se le desgarraba el alma cuando visitaba las cárceles de la miseria. El que reflexionaba con la voz quebrada mirando a los pobres y enfermos hacinados en esas jaulas: “Son pibes como los míos; con trabajo y estudio pueden salir, se los puede ayudar a recuperarse. Esto es criminal”.

 

–Era un tipo leal a sus afectos. Pensar que por su viejo, que había sido arquero de Cambaceres, iba siempre a verlo al Defe.

–A Defensores… ¡Madre mía! Eso sí que es lealtad a los afectos.

–Y dicen que en la mesita de luz del hospital tenía una imagen de la Virgen María, una foto de la vieja y otra del León con la bandera.

–¿Cuál bandera?

–La que lo alentaba a tener “Fuerza”, esa que los muchachos desplegaban en la mitad de la cancha cuando lo internaron. ¿Y sabías que el presi Abadie le llevó la pelota del partido que jugamos contra Arsenal la noche en que murió? Parece que no llegó a enterarse del regalo, pero sí que habíamos ganado tres a uno con dos goles del Caldera.

–Sabía. Y también, que al escucharlo dijo “¡Bueno, bueno!” y apretó el puño con la poca energía que le quedaba.

–Era un fenómeno el curita.

 

“Carlitos” era Cajade, el que todo lo discutía en asambleas. El que soñaba con “parar la inundación” en lugar de “tirar salvavidas”. El que proponía devolverle a la niñez “con ternura lo que la pobreza le robó al nacer”. El que creía que no debía bajarse la edad de imputabilidad, sino “el riesgo que corre la vida de esos niños, muchas veces antes de venir al mundo”. El que callaba a los devotos del garrote explicándoles que “para resolver el problema de nuestra seguridad, primero hay que resolver el problema de la inseguridad de ellos”. El que cantaba con el corazón y llegaba al corazón cuando cantaba. El que hacía reír con su guitarra y enternecía con su mirada. El que jugaba como un chico con sus chicos. El que los hacía “pasear” en un carrito. El que les ganaba a hacer “jueguitos” con la pelota. El que los aplaudía a rabiar aunque todo les saliera mal en la murga que integraban. El que se imaginaba el paraíso como una excursión de pesca al Paraná con sus hermanos. El que decía estar “muy bien, con medio cuerpo perfecto”, cuando el cáncer ya le había robado el otro medio. El que, en un descuido de Dios, se fue a derrochar bondad en el cielo. El que despidieron con ríos de llanto sus pibes, sus compañeros, sus amigos, sus perseguidos. El que les dejó la tristeza eterna del adiós en la ventana, cuando la muerte lo fue a buscar con su guadaña.

 

–Tenía el celular de Dios, como su tocayo, el virrey bostero.

–A mí me contaron que un día bendijo el río sin pique y que los pescados comenzaron a salir enseguida. “Como corresponde cuando yo bendigo”, dicen que fanfarroneó…

–Que hable con el Flaco, entonces: que sólo le pida la oportunidad de alcanzar a Boca, que del desempate se encargan la Brujita y Pavone.

–Y el propio Bigotón, haciendo los cambios que más nos convengan…

 

“Carlitos” era Cajade, el que se preguntaba con una claridad deslumbrante: “¿No será que los poderosos de este mundo, con el beneplácito de vastos sectores de las iglesias evangélicas y del conservadurismo católico, se han fabricado a medida una moral puritana, puramente sexual y alejada de todo lo que sea justicia social y derechos humanos para poder irse al cielo explotando y masacrando a sus hermanos con la conciencia tranquila?”.

“Carlitos” era Cajade, el cura que se fue dejándonos el legado de su obra incomparable, el ejemplo de su lucha irrenunciable y el dolor de su partida inexplicable.

 

 

Palabras del autor

“Me topé con La Pulseada mientras buscaba, a la distancia, información para escribir un libro. Así descubrí el Hogar, la panadería, la granja, la imprenta, las casas de los niños, los kioscos… Así me enteré de la existencia del ser humano excepcional que hizo posible todo aquello. Así supe de su amor infinito. De su compromiso sin fronteras. De su coraje sin límites. Pocos meses después, buscando más datos, entré en un número especial en su homenaje. El primer párrafo del artículo –‘Los frutos continúan su siembra’-, hizo añicos mi ilusión de que se tratara de un reconocimiento en vida. Con la misma emoción con que escribí entonces éste, mi pequeño homenaje, les escribo hoy, con renovadas lágrimas. Fue ésa y es ésta mi manera de decirle gracias: muchas gracias por todo, querido padre Cajade”.

Adrián Dib Chagra

 

 

 

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