2001: Me darás mil hijos

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A lo largo de 15 días, de La Quiaca a Buenos Aires, la Marcha por la Vida llenó de color las plazas principales de 19 ciudades
A lo largo de 15 días, de La Quiaca a Buenos Aires, la Marcha por la Vida llenó de color las plazas principales de 19 ciudades

La Pulseada surgió en plena crisis, durante la primera Marcha Nacional de los Chicos del Pueblo, en la que cientos salieron desde La Quiaca para ser recibidos por más de 10 mil personas en Buenos Aires. Esta “Marcha por la Vida”, encabezada entre otros por Carlos Cajade, denunciaba que “cien pibes se mueren por día en el país del pan, por causas evitables”, y que “detrás de cada pibe en la calle hay un padre sin trabajo”. Pero no sólo la infancia, también el periodismo estaba en crisis. Y aunque parecía una locura, imaginamos otra comunicación posible. Ahora sabemos que no estábamos solos: el colectivo Lavaca, las revistas Sudestada, Barriletes y dos diarios recuperados por sus trabajadores en el interior del país, comparten historias y lecciones de estos diez años de locuras realizadas.

Por Daniel Badenes

2001. Odisea de ajustes y “riesgo país”. De piquetes y marchas masivas de estatales. De clubes del trueque y clubes de París. De dueños abandónicos y fábricas tomadas por sus trabajadores. De cacerolas en Plaza de Mayo, que se vayan todos, Madres enfrentando a la montada militar y motoqueros defendiéndolas como una improvisada caballería rodante del pueblo. De bolsillos flacos y una crisis económica vuelta hambre.

El estallido de aquellos 19 y 20 de diciembre venía gestándose sin prisa y sin pausa. Unos días antes, el multisectorial Frente Nacional contra la Pobreza había juntado millones de firmas para un seguro de empleo y formación: era una forma de hablar de un cambio de modelo, tras la infame década neoliberal. En agosto, en La Plata se paralizó la universidad con tomas de sus facultades que se encendían como por reguero de pólvora. También los estatales se movilizaban contra el ajuste, y los trabajadores desocupados hacían piquetes. En Ringuelet, los ex trabajadores de Papelera San Jorge formaban una cooperativa para mantener sus fuentes de trabajo: nacía una de las primeras empresas recuperadas. Antes, en mayo, 450 pibes habían protagonizado la primera Marcha del Movimiento Nacional de los Chicos del Pueblo. Esta “Marcha por la Vida” recorrió siete provincias en más de 2000 kilómetros, y copó cada plaza principal de las 19 localidades visitadas.

“Marchamos porque se desocupa a los padres, expropiándoles el derecho de criar a sus hijos, se envilecen los salarios, se victimizan a nuestros ancianos, se hambrean a nuestros maestros y se condena a nuestra infancia a habitar las calles de la miseria”, se leía en cada ciudad, megáfono en mano, entre globos, saltimbanquis, juegos, color. “Marchamos porque es posible soñar otro tiempo, el tiempo del trabajo, de los salarios dignos, donde ser jubilado sea una bendición, y ser niño un privilegio. No estamos lejos, ni cerca de ese futuro, estamos en el tiempo exacto para diseñar la tierra y el cielo que queremos”, cerraba la convocatoria encabezada por los coordinadores del Movimiento, Alberto Morlachetti y el cura Carlitos Cajade. “La idea era hacer esa marcha para visibilizar la problemática de la infancia. A La Quiaca ida y vuelta, marchando, quince días”, recuerda Verona Demaestri, que participó del equipo de prensa junto a Pablo Antonini. Y agrega: “Eran épocas en que lo viejo no terminaba de morir y lo nuevo seguía pujando por nacer. Había que sujetarse. Agarrarse fuerte. En nuestro caso, nos sujetamos a una locura”.

Locos

En esa marcha empezó a gestarse La Pulseada. “La idea fue tomando forma entre vino y vino cuando los chicos dormían para marchar al día siguiente. Era mayo de 2001, todo estaba por explotar. Le hicimos la propuesta a Cajade y aceptó. El Hogar ya tenía la imprenta Grafitos, así que la impresión estaba en parte solventada”. La idea era distribuir la revista a través de una red de comedores y otras organizaciones sociales, y que trabajadores desocupados encontraran en ella en fuente de ingresos. “Planeamos que la revista saliera en diciembre de 2001, lo que por razones obvias no ocurrió. Después se devaluó el peso y todos los costos se fueron a las nubes, pero igual salimos en abril de 2002”.

Muchos dijeron que era una locura. No sería la primera ni la última: el Hogar ya tenía casi dos décadas y más de una vez Cajade había demostrado que de los laberintos se sale soñando, con los ojos bien abiertos.

Más tarde, además, supieron que no eran los únicos que parecían estar locos. Aquí y allá surgían otros colectivos de comunicación y revistas de calle. Incluso diarios que, como las fábricas, eran tomados por sus trabajadores y refundados por la autogestión. La Pulseada era por la distribución de la riqueza pero también de la palabra”, sugiere Demaestri. Quizás no fuese una locura, quizás otra comunicación era posible.

“El mayor mecanismo de control de esta época es que te instalan el miedo a hacer. La sensación de impotencia. Y estas experiencias te demuestran cómo la democracia, la razón y hasta cierto éxito pueden estar en cierta dosis de cabezadurismo y en no creerse los consensos. El consenso puede ser una noción loca. Siempre algo nuevo será algo que no tenga consenso. ¡Las Madres nunca tuvieron consenso! En Jujuy había una sola, Olga Aredes. ¿Pero quién tenía razón en Jujuy, la señora que daba vueltas en la plaza sola, o los 50 mil jujeños que trataban de loca a ese mujer?”, provoca el periodista Sergio Ciancaglini, uno de los fundadores del colectivo Lavaca, que nació enviando crónicas de la crisis a fines del 2001. Para la misma época también iniciaban sus despachos otros boletines digitales como Argenpress o Agencia Walsh. Lavaca fue más allá de la web: hoy, además del sitio lavaca.org, sostiene a MU -una revista que ya cumplió cinco años- además un programa de radio, una editorial, un centro cultural y una cátedra autónoma sobre comunicación social.

“El 2001 nos abrió mucho la cabeza –agrega Ciancaglini-, por las cosas que pasaban pero no por una cuestión ideológica, religiosa, ética, sino de curiosidad. De golpe había tipos que se metían en una fábrica y la gestionaban, y venía la policía y los cagaban a patadas, entonces las mujeres de los obreros les pegaban a los policías. Fábricas recuperadas, piqueteros que aparecían haciendo piquete pero en realidad lo que nos parecía increíble era la cantidad de proyectos educativos que generaban en los barrios de modo autónomo y autogestivo porque no había Estado, no había nada”.

La coincidencia de agendas entre los medios paridos en 2001 no es casual: registra la búsqueda de alternativas, refuta la idea de que las ideologías habían muerto, de que la historia había terminado. Una recorrida por el archivo de La Pulseada muestra vecinos organizados en asambleas y clubes del trueque, la experiencia de trabajadores que “abrieron las persianas de sus empresas, rescataron sus fuentes de trabajo y demostraron que hay otra forma de producir, rentable y solidaria”, y la mirada profunda sobre los caminos que abrían los movimientos piqueteros que –a los ojos de buena parte de la sociedad- sólo cortaban rutas. Lejos de terminar, la cosa recién empezaba e iba ganando vuelo.

“Barriletes nace cuando decidimos plantear una apelación ideológica al modelo neoliberal, sin importarnos la indiferencia social, y también cuando abandonamos la parálisis que provoca el desafío imposible de cambiar el mundo por completo, para abordar desde nuestro saber y compromiso la urgencia de nuestros hermanos más desprotegidos: los niños y los desocupados”, cuenta Juan Casis desde Paraná, donde en agosto pasado festejamos la primera década de esa revista hermana.Mucho de lo que pasaba nos dolía en el alma y nos dimos cuenta de que la urgencia no podía seguir en espera: teníamos en nuestras manos un conocimiento y una herramienta posible para resolver lo concreto”. Por aquellos días “Barriletes no tenía nombre, no tenía equipo, no tenía recursos, no tenía local ni aún beneficiarios o, como se dice con corrección política hoy ´titulares de derecho´, pero ya existía como una idea imparable en nuestras cabezas”. Hoy Barriletes sigue en la calle y además es una radio comunitaria y un galpón cultural con trabajo de cara al barrio. O como dice Casis, “es un trocito concreto de la vida de más de quinientas personas, niños, jóvenes y mayores que, directa o indirectamente, participan de la concreción de sus derechos a través de prácticas de educación no formal… Chicos y grandes, aún sin ser necesariamente vendedores de la revista, cada día participan de los talleres y espacios lúdico-artísticos que enriquecen la vida de nuestra institución, y nos enseñan día a día que todavía hay mucho por hacer”.

Los pibes también fueron el eje de nuestra revista, que más de una vez se definió como “la pulseada por un país con infancia”. “La primera tapa fue ésta –recuerda Demaestri con el número 1 en mano-. Se ve a la Negri, una chica del Hogar de Cajade, la más cuidada por el cura porque él creía que era la metáfora de la niñez en Argentina. Decía que si salía adelante podía salir adelante cualquier niño…. Hace poquito, la Negri cumplió 15 años. Lo sobrevivió al cura. Cuando en 2002 se presentó la revista en el Centro Cultural Islas Malvinas, la Negri firmaba autógrafos junto a su foto de tapa”.

En el caso de La Pulseada, la perspectiva fue la infancia, que era sólo una arista del problema; sin embargo no en todos los medios hijos de 2001 fue así. Cada uno tenía su propia lente, pero hacía foco sobre la misma realidad.

Enfocados

Los medios autogestionados nacidos en 2001 tuvieron distintas motivaciones. En algunos casos, los periodistas vivieron la misma experiencia que otros trabajadores de lo que se llamó empresas recuperadas: ante el vaciamiento o el quiebre de la fábrica, decidieron resistir para conservar la fuente de trabajo, en tiempos de los peores índices de desocupación en nuestra historia. Ese es el origen del Diario de la Región, en Chaco; de Comercio y Justicia, en Córdoba; y del Diario del Centro del País, en Villa María (La Pulseada 39). Este último se organizó como cooperativa el 13 de diciembre de 2001. Faltaban pocos días para la revuelta que terminó con el gobierno de Fernando de la Rúa.

“A partir de entonces nos volcamos hacia esa sociedad más necesitada y golpeada por la crisis, transformándolo en un instrumento donde los lectores de Villa María y la región pueden reclamar, peticionar, denunciar, opinar”, cuenta Daniel Sánchez, uno de los integrantes del periódico que ahora llaman “El Diario de la Gente”. Al cabo de una década, creció en todo sentido: “De los 32 compañeros que iniciamos la Cooperativa, pasamos a ser 52, de los mil ejemplares que se vendían al comienzo, pasamos a los 6 mil actuales; de una rotativa de dos cuerpos pasamos a una de once para imprimir en color y, lo más importante, hemos adquirido el edificio propio para oficinas, taller, depósito, sala de usos múltiples y queda espacio para proyectos futuros como: Radio FM, una revista dominical propia que acompañará el ejemplar del Diario. También queremos extendernos más en la región y por supuesto el tan ansiado diario en colores ya que aún salimos en blanco y negro”, se entusiasma. De los últimos tiempos rescata haber dejado de “padecer la tiranía de Papel Prensa que sólo nos vendía ocho toneladas mensuales”, de 30 que necesitan actualmente: “Las 24 restantes había que rebuscárselas en cualquier otro lado, hasta que intervino la Secretaría de Comercio Interior”.

Juan Diego Turraca, del chaqueño Diario de la Región, emparenta estos diarios recuperados con otras experiencias en las que “los comunicadores, cansados de la explotación laboral y profesional, han decidido encarar el camino de la autogestión para su propia superación. Y más allá de algunas diferencias en cuanto al origen, recuperadas o no, tienen una misión en común: replantear la idea de ´empresa´ periodística y comunicativa hacia una visión más participativa y democrática”.

Horizonte presente en los distintos proyectos que nacieron al calor del 2001. Sudestada, por ejemplo, que también festejó su primera década en agosto pasado, hoy se congratula de tener un grupo de seis personas viviendo de la revista. “Es fundamental porque sino no se puede mantener”, explica Martín Azcurra, uno de sus integrantes. “Nosotros nacimos en un contexto de precarización laboral, donde el periodista en particular estaba doblemente precarizado: tenías que adscribir a una línea que no estabas de acuerdo, además de cobrar mal. Entonces decidimos crear un medio propio”. Según Azcurra, hoy estos medios cubren “un vacío importante” que han dejado los medios tradicionales, porque “no hay un intermedio entre Tiempo o Página/12 y Clarín, y ese hueco lo están cubriendo publicaciones como Sudestada o Mu”.

Los creadores de Lavaca –el colectivo que edita Mu- cargaban con una larga experiencia en medios masivos. “Soy tan viejo que cubrí el juicio a los ex comandantes en el ‘85”, se presenta Ciancaglini, que fue editor en La Razón, Página/12, Perfil –en su primera época- y Clarín. “Hubo un tiempo en que el periodismo se vanagloriaba de ser plural. Así es que un Osvaldo Bayer dirigió durante 13 años la sección Política de Clarín. En los ‘90 se produce una bisagra: el periodismo se viene abajo porque el capitalismo mediático termina de coparlo como un negocio”. Esa es la tesis que sostienen en El fin del periodismo y otras buenas noticias, un libro editado por Lavaca en 2006 y que contiene una guía de “medios sociales de comunicación”, muchos de ellos surgidos en torno a la crisis de 2001.

Pero los hay más jóvenes: los creadores de Sudestada eran estudiantes en la Universidad de Lomas de Zamora; los primeros que imaginaron La Pulseada, en la universidad platense. “La Facultad estaba formando cuadros técnicos para el liberalismo. Formaba gente para Clarín. Clarín iba a tomar a diez y cientos de egresados se quedaban afuera. Suponíamos que habría una gran demanda de profesionales que querrían colaborar con la revista. Bueno, esto no fue tan así… Comprobamos que había que cambiar un montón de preconceptos, de falsas dicotomías, de que si trabajás en una revista como La Pulseada, Sudestada o Mu, sos paria, un margineta, es el Plan Z en tu vida”, repasa Demaestri.

Azcurra asiente: “Yo tengo una militancia en medios alternativos desde el ‘90 y pico. Y siempre he estado haciendo proyectos desde lo marginal. A partir de 2001 nos propusimos hacer una revista, rompiendo lo más posible con la condena de lo alternativo que siempre te deja de lado. Poder tener el discurso de lo alternativo pero siempre apelando a la masividad. Nos pusimos como objetivo llegar a los kioscos de diarios. Lo logramos después de mucho trabajo, disciplina y voluntad: ¡A las 5 de la mañana recorriendo estaciones de tren! Cuando sale la revista hay que caminar mucho”.

Ciancaglini también discute el término alternativo “porque es una denominación que en muchos casos ya no responde a la realidad… Por ejemplo, Radio Sur en Córdoba no es una radio alternativa: es más importante por ahí que Mitre y que otras. Y los diarios recuperados del interior, en sus lugares, son más importantes que Clarín”.

“El desafío es difícil porque en medios alternativos, alterativos, llámese como se llame, hay una cuestión purista, muy de los ‘90, de no querer generar hegemonía, que es la batalla simbólica que hay que dar”, agrega Demaestri, con la experiencia de haber asumido ese desafío.

Dar testimonio en tiempos difíciles

La periodista de La Pulseada recuerda la indicación certera del cura que encabezó el proyecto: “Tiene que salir una revista linda, con colores”. “Uno tiene que adaptar formatos –agrega Azcurra-, tiene que pensar productos atractivos, escribir bien. Incluso no hay que tenerle miedo a parecerse en algunas cosas a un medio más tradicional”. El periodista de Sudestada lo dice pensando en cierta prensa militante automarginada por un discurso pesado, poco atractivo. “El hecho de tener la revista en el kiosco, por ejemplo, te hace pensar mucho en la tapa. Eso nos hizo romper con algunas tradiciones de la izquierda en cuanto al discurso panfletario de la militancia. Todos nosotros venimos del palo militante y tenemos que ir rompiendo algunas cosas”.

Demaestri también evoca las discusiones sobre la tapa: “Había que pensar criterios: qué es vendible, qué no es vendible, y a su vez qué temas eran estratégicos… Salieron una lista que tenían que ver con la niñez porque interpelaban las realidades de sus padres: trabajo, fábricas recuperadas, Malvinas, un suplemento hecho por los pibes que ahora estamos retomando, el transporte, las asambleas barriales, YPF, la deuda externa, el negocio del fútbol, murgas y la vuelta del carnaval, el trueque…”. La enumeración sigue, desordenada, y revela una agenda común en la que se reconocen muchos hijos periodísticos de 2001: el reclamo por la soberanía de los recursos naturales y las empresas estratégicas privatizadas; la confrontación con los discursos del miedo y las políticas punitivas contra la pobreza; las reivindicaciones de los pueblos originarios; las luchas por la tierra y la vivienda.

En casi 5 mil páginas escritas desde 2001, hubo notas largas, kilométricas, porque queríamos lo imposible: abarcar años de silencios. Reclamamos justicia y memoria sobre la dictadura, en la voz de mujeres como Chicha Mariani, Adelina Alaye y Hebe Bonafini, y acompañando los procesos judiciales que juzgaron a Christian Von Wernich, los represores de la Unidad 9 y la ESMA, y el plan sistemático de robo de bebés. Denunciamos desalojos. Hablamos de Julio López, de Luciano Arruga, de Diego Duarte, de las víctimas del gatillo fácil, del femicidio de Sandra Ayala Gamboa. Alertamos sobre el tráfico de bebés, la desnutrición y las enfermedades que matan a los pobres. Mantuvimos vivo el legado de la teología de la liberación y la opción por los pobres que identificó a Cajade, en las voces de Leonardo Boff, Frei Betto, Rubén Capitanio, Miguel Hesayne, Alejandro Blanco, Tony Fenoy y “jóvenes sacerdotes de la trinchera” como Pablo Osow. Hablamos de cárceles cuando casi nadie lo hacía. Contamos militancias y proyectos para paliar el encierro de prisiones, institutos y manicomios. Nos sumamos a la lucha por un nuevo paradigma para tratar la niñez y la adolescencia. Dimos cuenta de una y mil experiencias solidarias. Vimos nacer bachilleratos populares y crecer a los centros culturales autogestionados, a los que dedicamos una sección estable. Acompañamos al teatro comunitario, las murgas y las bibliotecas populares. En junio del 2008 hablábamos del “despabilado supernegocio de la minería nuclear” en la punta saltocatamarqueña y en 2010 vimos cómo Andalgalá se levantaba contra la minería contaminante.

“Muchos de los temas que hace 10 años hablábamos en total aislamiento, hoy se leen en los grandes diarios. Hoy está en boca de todos la ley de medios, en ese momento eras paria y medio loco”, resume Demaestri. Así es: los medios autogestionados apostaron desde siempre a la democratización de la comunicación, antes incluso que la ley de radiodifusión o Papel Prensa estuvieran en la agenda del congreso.

Y de repente descubrieron que no estaban solos.

Futuro perfecto

Cuando Cajade murió, no sólo en el Hogar, sino en la revista la sensación fue de orfandad. Así sucede cuando mueren los grandes líderes. Si se sobrevive, esas muertes paren otras vidas, hacen que la vida se multiplique. Así, desde La Pulseada nos agrupamos con revistas hechas por comunicadores y militantes sociales que apostamos por la diversidad de la palabra, en consecuencia por otro mapa de medios, por su desmonopolización. A esa red de emprendimientos sociales y editoriales de calle la llamamos RISA: Revistas por la Inclusión Social en la Argentina. Además de Barriletes de Paraná, están La Búsqueda de Santa Fe capital, y Panza Verde de Concordia, Entre Ríos. Paralelamente integramos una Asociación de Revistas Culturales Independientes de Argentina (AReCIA) que trabaja por el fortalecimiento de la edición independiente, la defensa de sus derechos y la creación de políticas públicas que la reconozcan y respeten. Una red que compartimos con el periódico de Lavaca, y más de dos centenares de revistas que llenan de luz el mundo impreso. Entre otros logros, desde AReCIA se encaró la tarea de organizar un esquema de distribución que abarca librerías y kioscos de la capital y el interior del país. Participan publicaciones que siempre apuntaron a los kioscos –como Mu- y otras que nacieron proponiendo formas alternativas de distribución, como La Pulseada, cuya principal forma de venta es mano en mano, con vendedores propios que reciben la mitad del precio de tapa.

Por su parte los diarios recuperados formaron la Federación Asociativa de Diarios y Comunicadores Cooperativos de la República Argentina (FADICCRA). El año pasado coorganizaron, junto al Ministerio de Trabajo de la Nación y la cooperativa de Lavaca, el Congreso de Periodismo Autogestionado en el también recuperado Hotel Bauen de Buenos Aires (La Pulseada 94). Allí presentaron el libro “Periodismo con Valores”, la historia de cada cooperativa que integra la Federación. “Creo que fue la punta de lanza para comenzar a definir el concepto de Periodismo Autogestionado”, dice Turraca. Además de FADICCRA, los diarios cooperativos integran la Confederación Nacional de Cooperativas de Trabajo (CNCT), y sostienen reclamos no sólo gremiales, como puede ser el papel para prensa, sino políticos, como qué país se comunica y de qué manera.

En “O Encontro Marcado” del brasileño Fernando Tavares Sabino, periodista y escritor políticamente comprometido de intensa actividad literaria que incluso fundó una editorial, puede leerse una síntesis no buscada de todas estas historias que vienen encontrándose desde hace unos años. Sus palabras parecen ser más que un cierre, el inicio de una nueva etapa para estos hijos de 2001:

“De todo quedaron tres cosas:
La certeza de que estaba siempre comenzando
La certeza de que había que seguir
Y la certeza de que sería interrumpido antes de terminar.
Hacer de la interrupción un camino nuevo,
hacer de la caída un paso de danza,
del miedo una escalera,
del sueño un puente,
de la búsqueda un encuentro”

 

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